Cambios, de eso se trata. Y movimiento, esa es la esencia de la vida. Lo que no cambia o se mueve se anquilosa, se atrofia. Pierde fuerza y vigor.
El cambio es difícil. Dejar atrás lo que nos parece seguro. Y digo "parece" porque he aprendido que no hay nada seguro y definido como no sea una cosa. ¿Qué? En mi caso, mi confianza absoluta e implacable en mi Poder Superior.
Hubo un período de tiempo cuando pensé en la posibilidad de no volver a entrenar. Dejar a un lado esta porción de mi vida y dedicarme a muchos otros intereses que comenzaban a visitarme. Hay un dicho que había escuchado muchas veces. Si amas algo o alguien déjalo ir, suéltalo y no te aferres. Si es para ti regresará. Eso fue lo que hice con respecto a mi práctica de Aikido. Solté amarras y la dejé ir. Me dediqué a los detalles del diario vivir. Estudiar para adquirir una nueva forma de obtener ingresos, conseguir un trabajo, vestirme en la mañana y viajar al trabajo, atender la rutina diaria del hogar, encontrar un lugar donde practicar mi fe, leer y comenzar a escribir de manera más formal, dedicar tiempo a la fotografía y atender mi salud física y emocional.
Y cuando menos me lo esperaba, empezaron a acercarse los que querían practicar. En forma sutil e interrumpida al principio. De manera más formal y consistente luego. En el patio primero. Ahora en un espacio rentado que promete evolucionar en muchas otras cosas.
Cambios, muchos cambios. Los internos que nadie ve primero, seguidos por cambios externos. De Puerto Rico a Delaware. Un dia a la vez. ¡Comencemos!
mcr
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