El fin de semana pasó y allí estaba yo... temprano en el dojo. No había huido sin probar. Uno de los sempai o estudiante de algún tiempo iba a llegar temprano para enseñarme a hacer ukemi. Estas son las rodadas y caidas que me habían espantado dos días antes. Entramos al mat y luego de unas instrucciones, acomodé mi cuerpo y...
¡¡¡Pam!!!. La fuerza de gravedad pudo más que mi intención de ir hacia adelante. Unos ajustes aquí y allá y lo volví a intentar...¡¡¡Prracatánnn!!!!. Otro aterrizaje forzoso.
Otros ajustes en las manos y esta vez un poco ... bastante más pegado al mat. Sólo rodar sobre una superficie... Bummmmmmm...... Mi cuerpo no sabía hacerse redondo pero, no había hueso roto. Aunque si un ego todo achichonado. "Hmmm, intentemos el ushiro ukemi". Habíamos "hecho" el mae ukemi que es la rodada hacia el frente. Ahora... íbamos hacia atrás. Otro grupo de instrucciones. Sentada en el mat, una rodilla arriba. Esa rodilla la agarraba con mis brazos, viro la cabeza del lado de la rodilla y ... no
había golpe. Ya estaba sentada en el mat...( gracias a lo divino). Me fui de lado sin completar la rodada pero, eso si... no solté la rodilla. Otro intento, y otro y el próximo con la ayuda del estudiante quien me ayudó a completar la vuelta... Pero, luego de rodar con y sin asistencia pregunté donde estaba el baño...
Algo había sucedido. Déjenme explicarles. Tenemos este instrumento en nuestro oido que llamamos laberinto. Su función es ayudarnos con el balance. Cuando nuestra posición cambia de arriba hacia abajo y arriba y abajo, puede provocar an algunos de nosotros un poco de ejem... náusea. Me levanté inmediátamente, hice el recién aprendido saludo y pa'l baño me fui. Sobreviví mi primera clase con el orgullo algo afectado, un cuerpo cansado y el estómago vacio. Pero, mis aventuras no conluyeron ahí...
Sensei Myriam
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